Hamburg
changed us enormously. Paul McCartney
Mucho se ha escrito sobre The Beatles,
tanto que quizás resulte arriesgado ponerse a hacer un artículo sobre su
historia, que aunque sea en términos generales, es bien conocida por todos. Sin
embargo, salvo para quien haya decidido leerse alguna concienzuda biografía del
grupo, o haya decidido buscar información por su cuenta (y tratándose de un
mito de su calibre, obviamente hay páginas y más páginas en Internet dedicadas
a ellos), hay un periodo de su historia sobre el que suele pasarse más de
puntillas. Hablo, como habrán deducido por el título de este artículo, de su
estancia (o más concretamente, estancias) en la ciudad alemana de Hamburgo. The
Beatles hicieron mucho en muy poco tiempo, disco tras disco su evolución
musical fue cada vez más rápida y prodigiosa, pero como ellos mismos
reconocieron a lo largo de los años, la universidad donde aprendieron casi todo
lo que debían saber fue Hamburgo y sus oscuros clubs, donde noche tras noche
tocaban durante interminables horas para una audiencia cuya principal
preocupación no fuera probablemente lo que estuviera pasando sobre el
escenario. «Mach Schau», les decían
propietarios y público. Es decir, ofreced un buen espectáculo. «Ahí
es donde descubrimos nuestro estilo», diría George Harrison. Si la banda
de Liverpool logró liderar la serie incesante de cambios que caracterizaron la
escena rock británica durante los 60, se debió en parte a haber hecho los
deberes en una ciudad inicialmente hostil donde el público no estaba dispuesto
a dar segundas oportunidades. Para ellos fueron días agotadores, pero también
increíblemente gratificantes, cinco jóvenes viviendo lo que no dejaba de ser un
sueño, ganando aunque fuera un puñado de billetes haciendo lo que más les
gustaba, alejados de la monotonía de Liverpool y de la supervisión parental.
Ciertamente si hemos de comprender cómo aquellos chavales lograron cambiar el
rumbo de la música no deberíamos obviar las intensas experiencias que vivieron
entre 1960 y 1962.
Algunos años antes, en una Gran Bretaña donde
los efectos de la guerra todavía coleaban, la juventud vibraba con el skiffle, una mezcla de jazz, blues y
folk casi olvidada que vivía un gran revival en la patria de Shakespeare gracias a artistas como Lonnie Donegan, su máximo exponente.
Sin nada mejor que hacer, muchos jóvenes compraban o improvisaban algunos
instrumentos y formaban grupos con los que tocar aquí y allá. Sin embargo los
días del skiffle estaban contados.
Los Cometas de Bill Haley habían
señalado el camino, y Elvis Presley
había hecho el resto. Su música alteró la vida de muchos jóvenes británicos,
entre ellos las de John Lennon y Paul McCartney. El rumbo de lo que hoy
conocemos como rock and roll comenzó a cambiar el día en que se conocieron, un
día de verano de 1957.
Lennon, nacido entre bombardeos un 9 de
octubre de 1940, se había criado con su tía ya que el matrimonio de sus padres
no había tardado en derrumbarse. Su padre salió de su vida en 1946, pero su
madre Julia le visitaba de vez en cuando. Fue ella quien le descubrió la
música de Elvis y le enseñó a tocar el banjo. Dibujar a los personajes de Alicia
en el país de las maravillas, escribir, la música, la ocasional visita al
cine fueron los pasatiempos favoritos de un joven John que pronto se convirtió
en el gamberro del barrio.
En 1952 ingresó en el Quarry Bank High
School. Pronto se ganó una aparentemente merecida fama de alumno imposible.
Como era de esperar, las matemáticas no se le dieron nada bien, pero sobresalía
en arte. Tras la muerte de su tío, John comenzó a estrechar su relación con su
madre, a quien veía más como una hermana mayor. Fue por entonces cuando el rock
entró en su vida, así como el skiffle, y una guitarra de segunda mano
que le regaló su madre. No tardaría mucho en formar The Quarrymen con los
amigos del instituto. Para cuando ingresó en el Liverpool College of Art ya era
todo un Teddy Boy: tupés, trajes de corte eduardiano y rock and roll
eran su santo y seña.
Paul McCartney había venido al mundo en junio
de 1942, en un hogar de más clase trabajadora de lo que a John le habría
gustado admitir posteriormente. Al contrario que Lennon siempre fue un buen
estudiante, además de desarrollar una intuición especial para escabullirse de
los problemas y evitar castigos. También se diferenciaba de John en que nunca
había mostrado particular interés por la música, al menos de forma activa, pero
al parecer había heredado de su padre un talento autodidacta para tocar instrumentos,
como quedó demostrado cuando un tío le regaló al joven McCartney una trompeta,
quien no tardó en lograr extraer tonos correctos y melodías. Sin embargo a los
14 años le pidió a su padre una guitarra, que comenzó a dominar tras alterarla
convenientemente para adaptarla a su zurdera. Su proceso fue similar al de John
y tantos otros jóvenes de su generación: skiffle, Bill Haley, y la
explosión al escuchar a Elvis por primera vez, sin olvidar a Little Richard,
el gran ídolo de Paul. En lo que se adelantó al resto de los futuros Beatles
fue en las artes amatorias, que conoció por primera vez a los 15 años. En esto
la futura propaganda beatle no andó demasiado desencaminada.
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The Quarrymen, 1957. |
El nexo que unió a John y Paul fue Ivan
Vaughan, amigo de la infancia del primero y compañero de instituto del
segundo. Aquel 6 de julio de 1957 fue Ivan quien habló a Paul acerca del
concierto que los Quarrymen iban a dar en Woolton. Paul decidió acudir, una
decisión que cambiaría el mundo para siempre, aunque en realidad en aquel primer
encuentro no flotara el polvo de hadas precisamente. El grupo no impresionó a
Paul, aunque reconoció que su líder, John, era carismático y el mejor músico
con diferencia. Tras el concierto comenzó a hablar con los chicos de la banda y
a enseñarles cómo se tocaba tal o cual éxito del momento, cosas como “Be Bop A
Lula” o “Twenty Flight Rock”. Un Lennon ya borracho reconoció esta última, lo
que llamó la atención del joven McCartney. Ahí acabó todo, pero John se quedó
discurriendo (algo que atribuyó a estar bebido) sobre aquel chaval que tocaba
tan bien. Cuando una semana después Paul se encontró con Pete Shotton,
mano derecha de John en el grupo, le ofreció unirse a The Quarrymen. En otra
versión de los hechos, Lennon declararía que le ofreció el puesto el mismo día
en que se conocieron. Sea como fuere, Paul aceptó, y al poco tiempo debutó
junto a John y el resto de la banda en un baile en Broadway... Worcestershire.
Uno de los rasgos distintivos que caracterizó
a The Quarrymen fue que al contrario de otras bandas de chavales de la época
demostraron un temprano interés por componer su propio material. Sin duda una
de las características de la relación compositiva entre John y Paul fue la
competitividad. Curiosamente si John comenzó a componer fue porque Paul le
enseñó unas tonadillas que había creado, y no queriendo ser menos, él comenzó
también a trabajar en sus propios temas. Pronto descubrieron que se
compenetraban bien, y que cada uno podía ejercer de Musa, o quizás fuera más
acertado decir combustible, del otro. Una de sus reglas de oro fue desechar
toda composición que no pudieran recordar o tararear al día siguiente de haber
sido compuesta. La llegada de las grabadoras caseras un tiempo después comenzó
a diluir esa norma, pero ciertamente no parece una mala manera de cribar las
melodías que funcionaban de las que no.
Al poco tiempo ambos pasaban las tardes en
casa de Paul, aprendiendo, componiendo, tocando, comiendo huevos fritos. Pete e
Ivan quedaron relegados a un segundo plano. Aparte del incontestable feeling
musical que había entre ambos, quizás el hecho de que tanto Paul como John
hubieran perdido a sus madres demasiado pronto (Paul en 1956 en una operación
oncológica, y John dos años después, cuando Julia fue atropellada por un
conductor borracho) ayudara a unirles. El hecho es que Pete acabó excluido del
grupo, lo que llevó a Paul a pensar en su amigo George Harrison como sustituto.
George, nacido en 1943, era bastante joven, y
al contrario que John y Paul, había tenido una infancia sin grandes momentos
traumáticos. Acudió al mismo colegio que John, aunque por su edad nunca
coincidió con él. A los seis años se mudó con su familia a Speke, donde en 1954
comenzó a acudir al Liverpool Institute, donde conoció a McCartney. Aunque no
iban al mismo curso ambos cogía el mismo autobús para ir al colegio. Cuando
descubrieron que tenían intereses musicales comunes su relación se estrechó.
George era callado, terriblemente individualista y al igual que John odiaba la
autoridad y la disciplina, pero no la combatía directamente. Su forma de
rebelión era ser un dandy y llevar el pelo largo. Entonces llegó la música de
Lonnie Donegan y su único deseo era tener una guitarra, que su madre le compró.
Su madre apoyó de forma entusiasta aquel nuevo hobby de su hijo. Quizás por eso
aprendió rápido y bien.
Cuando Paul le invitó a unirse a los
Quarrymen, George había dado algunos conciertos pero carecía de banda fija.
Dada su juventud Harrison mostró un gran talento cuando impresionó a John
tocando “Raunchy” de Bill Justis, lo que le valió entrar en la banda. No
era raro el que cuando se juntaban en el autobús con sus guitarras John le
pidiera que la tocara de nuevo. Curiosamente se había opuesto a la idea de
tener a alguien tan joven en la banda, pero sencillamente George sabía más
acordes que Paul y John juntos. No podían desperdiciar un talento así.
De modo que John, Paul y George siguieron
juntos, tocando con baterías que nunca duraban demasiado. Quizás el sarcasmo y
la lengua afilada de Lennon no eran fáciles de soportar, pero Paul era su mano
derecha y George permanecía impávido y perdido en su mundo interior.
Entretanto, el estilo de The Quarrymen comenzó a dejar atrás el skiffle
para abrazar el musculoso rock and roll. A la casa de Paul se añadió la de
George como lugar de ensayo. La tía de John era demasiado estricta para tener a
“teddy boys” pululando por su hogar.
Uno de los lugares donde los nuevos Quarrymen
comenzaron a tocar fue la Escuela de Arte a la que asistía John. Allí se
ganaron al que quizás fue su primer gran fan, un nuevo compañero de Lennon
llamado Stuart Sutcliffe. Sutcliffe no era un músico, pero a diferencia
del académicamente desastroso John tenía aptitudes para la carrera de arte.
Ambos se admiraban mutuamente. Stuart deseaba el carisma de John, y John
deseaba el talento artístico de Stuart. Ambos congeniaron inmediatamente, algo
que hizo sentirse algo desplazados a Paul y George. Aquel mismo año, 1957, y en
aquel mismo lugar, John conoció a la que sería su futura esposa, Cynthia
Powell. Todo lo que ella sabía de él es que era un gamberro de pelo engominado,
y para él Cynthia era una snob que se creía superior. Y como sucede muchas
veces, los polos opuestos se atrajeron. Sin embargo no comenzaron a salir hasta
la Navidad de 1958.
El nombre de The Quarrymen, que ya nada decía
a nadie del grupo, comenzó a transformarse en una retahila de otros nombres que
nunca acababan de gustar. La banda no parecía más cerca del éxito que un año
antes, pero en el verano de 1959 George decidió dejar los estudios para
trabajar en unos grandes almacenes. Curiosamente uno de los primeros en notar
la mejoría musical de los chicos fue Jim McCartney, el padre de Paul. En
sus días había sido músico amateur, y trató de aconsejarles y guiarles sin
mucho éxito. Pero como viudo padre de dos hijos se alegró al menos de que por
fin alguien se entusiasmara con su forma de cocinar: los glotones John y George
devoraban todo lo que les servía.
Cuando por fin comenzaron a conseguir
conciertos que eran pagados con algo más que cocacolas, té y bollos, el grupo
pudo hacerse con unos amplificadores antediluvianos. La primera gran
oportunidad para darse a conocer llegó con un concurso de talentos organizado
por un empresario canadiense. Tras pasar las pruebas preliminares en Liverpool los
antiguos Quarrymen (ahora Johnny & The Moondogs) viajaron a
Manchester para tocar en el concurso. Su actuación no fue mal recibida pero al
tener que coger el último tren a Liverpool no pudieron quedarse hasta el final.
Regresaron cariacontecidos y tan anónimos como antes.
El cuarto miembro estable de los futuros
Beatles fue el propio Stuart Stucliffe, admirador que acudía a sus conciertos y
ensayos. Cuando ganó un buen puñado de libras tras exponer algunos de sus
cuadros John le animó a comprarse un bajo (un Hofner President) y entrar en la
banda. No importaba que no supiera tocar, ya aprendería. Casi un sueño hecho
realidad para él, Stuart aceptó inmediatamente. Corría el año 1960, y para
entonces el sonido de la banda había derivado hacia el emergente estilo juvenil
de Liverpool, el futuro Merseybeat, una mezcla de doo woop, rock and roll,
rhythm & blues y trazas de skiffle.
Fue por entonces cuando surgió el nombre de
The Beatles. Conseguir un nombre definitivo comenzó a ser algo necesario. Paul
escribió a un periodista que había conocido para presentarle a su banda, y todo
lo que pudo decir en cuanto a su nombre fue escribir unos puntos suspensivos.
No está del todo claro quién fue el autor del hallazgo, o cómo surgió; algunos
citan a Stuart, y otros apuntan a John, quien como el resto de la banda era fan
de Buddy Holly and the Crickets (“Buddy Holly y los Grillos”). La idea
de autodenominarse con el nombre de un insecto era atractiva, y de ahí surgió
el juego de palabras entre “beetle” (escarabajo) y la música beat. Sin
embargo para su siguiente gran oportunidad se acreditaron como Silver
Beatles, alargando el nombre por consejo de un amigo.
Con aquel nuevo nombre se presentaron a las
audiciones que Larry Parnes, un famoso mánager y empresario, estaba llevando
a cabo para encontrar una banda de acompañamiento para uno de sus protegidos, Billy
Fury. Los pobres Silver Beatles llegaron a la audición sin batería, que les
había dejado colgados en el último momento. Johnny Hutch, un reputado
baterista de otra banda se ofreció a sustituirle. Parnes decidió seguir
buscando, pero ofreció a los Silver Beatles una gira de dos semanas por Escocia
junto a una joven promesa, Johnny Gentle. No era mucho, pero era su
primer contrato profesional. George pidió sus dos semanas de vacaciones para
poder realizar la gira, mientras Paul convenció a su padre de que tenían
vacaciones escolares. Los estudios podían esperar. Aquel verano tan sólo
aprobaría una asignatura.
La gira por Escocia fue una experiencia
interesante, los chicos se divirtieron (a costa de Stu principalmente, como
tenían por norma) y ganaron algo de dinero, pero cuando todo acabó volvieron a
la rutina de tocar en salas de baile y pequeños pubs. Durante un tiempo tocaron
en un club de stripers, acompañando la sinuosa “performance” de una tal Janice.
Fue por entonces cuando comenzaron a tocar
regularmente en un par de clubs, el Jacaranda, cuyo dueño respondía al nombre
de Allan Williams, y el Casbah Club, regentado por Mona Best con
la ayuda de su hijo Pete, aficionado a la batería con perspectivas de
acabar trabajando en el mundo del espectáculo. Aparte de las exiguas ganancias
(que podían ser de 15 chelines por persona) y seguir dándose a conocer en la
escena de Liverpool, tocar en aquellas salas trajo al grupo interesantes
contactos. Tras acogerles unas cuantas veces en su local, Williams comenzó a
buscarles conciertos en otros clubs de la ciudad, lo que acabó llevándole a
convertirse en el primer mánager de The Beatles (el nombre definitivo del grupo acabó por definirse alrededor de agosto). Y
tocar en el Casbah les llevó a conocer a Pete, a quien ofrecieron el puesto de
batería después de que, una vez más, el encargado de las baquetas decidiera
dejar la formación.
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The Cavern |
Cuando McCartney llamó a la casa de Pete Best
no lo hizo sólo con una oferta para unirse al grupo. Había en el horizonte una
serie de conciertos en Hamburgo, ciudad portuaria de la por entonces República
Federal Alemana. Williams había pensado en ellos para seguir los pasos de Derry
and the Seniors, principales tutelados del promotor, quienes habían tenido
una gran acogida en la ciudad germana. Bruno Koschmeider, otrora payaso
de circo y comefuegos y ahora regente de un club llamado Kaiserkeller, solicitó
otra banda de Liverpool. Williams pensó en The Beatles, pero necesitaban un
batería. Cuando Pete aceptó el puesto, todo estaba listo. O casi. Restaban
todavía conseguir el permiso de sus respectivas familias.
Curiosamente George Harrison, quien todavía
era menor de edad, fue quien tuvo menos problemas para dejar Liverpool. Era el
único que tenía un trabajo y su comprensiva madre, aún con la preocupación
habitual en estos casos, no se interpuso en aquel viaje. En el caso de
McCartney y Lennon el asunto fue distinto. Paul estaba pendiente de saber si sus
notas le permitirían ingresar en una escuela de magisterio, y para suavizar las
cosas llevó a Alan Williams a su casa para que hablara con su padre. A pesar de
que al parecer el promotor no dejaba de confundir a Paul con John, Williams
logró convencer a Jim McCartney para que dejara a su hijo viajar a Hamburgo, un
sitio que no dejó de describir como encantador. Por supuesto el mánager decidió
omitir el dato de que la ciudad tenía fama de ser una especie de versión
alemana de Dodge City.
La estricta tía de John fue quien puso más
problemas. Con todo, seguramente nada habría podido interponerse entre él y
Hamburgo. Lennon decidió exagerar la paga y, al fin y al cabo, su carrera
académica era un desastre. No tenía nada que perder. Quizás en el futuro algunos
le recordaran como working class hero, pero en el fondo tanto él como su
tía sabían que John no era carne de fábrica, si podía evitarlo. Bien, adelante.
John podría viajar, y con suerte todo iría bien.
Era el verano de 1960, y tenían el camino
despejado hacia Hamburgo. Hasta el gobierno británico parecía haberse puesto de
su parte, comenzando el proceso para derogar el servicio militar obligatorio
que culminaría aquel mismo año. Como afirmó el mismo McCartney, de haber estado
en vigor The Beatles tal vez nunca habrían existido.
Hamburgo, cueva de ladrones y prostitutas,
moderna Babilonia y puerto franco para el comercio ilegal de armas. En algunos
aspectos parecida a Liverpool, pero el doble de grande y amenazadora. La
presencia de tropas norteamericanas había popularizado enormemente el rock and
roll y el jazz entre la juventud alemana de la ciudad, de ahí que los dueños de
los clubs buscaran nuevas bandas que pudieran entretener al público que llenaba
sus locales. Evidentemente llevar a bandas estadounidenses hasta Alemania
habría resultado demasiado costoso, pero ahí estaban los grupos británicos para
remediarlo.
The Beatles llegaron a Hamburgo desde Harwich
el 17 de agosto de aquel año, con el sol atisbando todavía por el horizonte.
Habían estado a punto de no pasar del lugar de desembarco, ya que no tenían
permisos de trabajo, pero Williams convenció a las autoridades de que tan sólo
se trataba de un grupo de estudiantes haciento turismo. Ya en Hamburgo no
tardaron en dar con el rastro de alcohol barato y pachulí que habría de
llevarles al distrito de St. Pauli, el Soho particular de la ciudad. Su destino
era la Reeperbahn, el red-light district, zona roja, barrio chino, o, en
definitiva, la zona de clubs de striptease y prostitución encubierta de la
ciudad. Die sündigste Meile,
como gustan de llamarlo los hamburgueses. Más concretamente arribaron al número
64 de Grosse Freiheit, dirección del Indra Club, sede social donde desnudos y
música en vivo iban de la mano. La banda necesitaba descansar ya que aquella
misma noche tendría lugar su debut, con lo que las butacas de cuero rojo del
Indra supusieron el primer hospedaje de los chicos de Liverpool. La primera
actuación de The Beatles en Hamburgo fue tan poco glamurosa como la sala que
les acogía: tocaron sus versiones de rock and roll ante un puñado de
parroquianos distantes sumidos en sus propios pensamientos, cuando no ahogados
en sus jarras de cerveza. Tras el concierto los chicos cambiaron la
incuestionable incomodidad de los asientos de cuero por la cuestionable
comodidad de unos viejos almacenes acondicionados como dormitorios en el cine
Bambi, situados tras la pantalla y demasiado próximos, como recordaría John
tiempo después, al servicio de señoras, y sus correspondientes fragancias.
Aunque parece que el cine ya no tenía tal función y los únicos que usaban
aquellos baños eran ellos. Con todo, ciertamente aquellos aposentos no eran el
Palacio de Versalles.
La rutina sobre el escenario pronto quedó
definida: sets de 20 minutos entre actuación y actuación de las señoritas del
lugar. The Beatles no eran el único grupo en la ciudad, y el Indra no era el
club más popular, por lo que la banda tuvo que apañárselas para atraer a la
gente, o, al menos, para que quienes entraban buscando el precio de la cerveza
decidieran quedarse a ver el espectáculo. En palabras de McCartney: «Realmente
tienes que aprender eso, y por Dios que lo aprendimos». Cuando comenzaron a
ganar popularidad cada set se alargó hasta los 60 minutos, cuatro veces al día,
con descansos de media hora entre cada uno. Desde las ocho y media de la tarde
a las 2 de la madrugada, siete días a la semana.
Una dura rutina diaria pero que daría sus frutos, forjando al grupo noche a
noche, haciéndoles mejorar como músicos, intérpretes y entertainers,
aprendiendo tal o cual truco escénico, las posturas que funcionaban y las que
no, las canciones que gustaban y las que no, los pequeños detalles que podían
ayudar a mejorar la acústica feroz de aquellos viejos clubs. Si The Beatles
tuvieron algo parecido a una universidad musical, ésa fue sin duda Hamburgo.
Tras 48
noches The Beatles fueron recompensados con un “ascenso” trasladándose a un
club más grande y comparativamente más lujoso, el Keiserkeller, aunque la
verdadera razón del cambio fue la venerable señora que vivía sobre el Indra, y
que no dudaba en llamar casi cada noche a la policía para quejarse del ruido
que armaban los chicos de Liverpool, quienes compensaban la mala acústica del
local con un volumen rugiente. Ante la amenaza de ver su local de striptease
cerrado para siempre, Koschmeider decidió trasladar al grupo al nuevo club.
Allí alternarían sets con Rory Storm and the Hurricanes, paisanos de los
Beatles y uno de los grupos más populares la escena de Hamburgo.
Por
supuesto en todo ese tiempo la banda aprendió alguna que otra cosa, lecciones
vitales más allá de la música. El joven George Harrison, por ejemplo, que al
llegar a Alemania seguía siendo al parecer un chico virginal que no había
tenido novia, se encontró de pronto, como el resto, en el corazón de la
depravación de la ciudad. La sexualidad en las calles de la Reeperbahn era tan
rebosante como la espuma en las jarras de cerveza de los parroquianos. Allí
marineros, prostitutas y gángsters campaban a sus anchas. Las resabiadas meretrices
del lugar ampliaron los horizontes sexuales de aquellos músicos ingleses aunque
si hemos de creerles, sus preferencias siempre se decantaron hacia sus jóvenes
fans, cuando las tuvieron. En palabras de Pete Best: «Pronto nos dimos cuenta
de que eran fáciles de conseguir». Casi tanto como el alcohol, que no cesaba de
llegar al escenario. En cuanto a las drogas, al parecer las anfetaminas no
hicieron su aparición en las vidas de los Beatles hasta un año después (aunque
a este respecto los relatos varían, por supuesto). Entretanto, su rutina
nocturna siguió componiéndose de agotadoras noches de rock and roll, alcohol,
chicas fáciles, y las habituales peleas entre los borrachos del público,
mientras el grupo atacaba su número más popular por entonces, el “What I'd Say”
de Ray Charles, para amansar a las fieras. Los combates pugilísticos
solían darse entre alcoholizados marineros de tal o cual país y alcoholizados
nativos germanos que no gustaban de la actitud prepotente de los primeros. Los
camareros, que eran contratados al parecer no por su servicialidad sino por el
tamaño de sus espaldas, iban armados con un silbato, que tocaban cuando había
bronca para llamar al resto de de empleados y calmar los ánimos con su
imponente presencia, que gusto de imaginarme al estilo de Eric Campbell
en El inmigrante de Chaplin. Con tanto jaleo no es de extrañar
que John, Paul e incluso George desarrollaran puntapiés efectivos para marcar
su territorio sobre el escenario. Stu, sujeto más espiritual, prefería dejar
hacer a sus compañeros.
Por
supuesto, el tópico de sexo, drogas y rock and roll no fue lo único que los
Beatles conocieron en Hamburgo. También desarrollaron sólidas amistades, como
la de Klaus Voorman, un estudiante de arte que se contó entre los
primeros fans germanos de la banda, así como su novia, la fotógrafa Astrid
Kirchherr. El que dos personalidades tan 'jazzy' y de buena familia fueran
atraidos a aquellos tugurios sólo para ver tocar a The Beatles dice bastante
del potencial musical que la banda desplegaba sobre el escenario por entonces.
Por otra parte, de la mano de Klaus y Astrid los chicos de Liverpool comenzaron
a conocer la otra cara de Hamburgo, su faceta más cultural y artística,
aparejadas a calles y clubes aseados que distaban bastante de los antros de
perversión de St. Pauli. Además, Astrid comenzó a hacer fotos del grupo,
poniendo especial atención en Stu y John, que al parecer eran los más
fotogénicos. Ciertamente todos se sentían atraidos hacia la bella Astrid, pero
la tensión sexual solo apareció entre ella y Stu, para rabia de los demás,
especialmente de Lennon. Quizás el hecho de que su acento le resultara
inextricable a Astrid no ayudó a su causa, aunque en realidad el único que
hablaba razonablemente bien alemán era Pete.
La otra
amistad que comenzaron a cultivar en Hamburgo, y que como es bien sabido
jugaría un papel crucial en el futuro de la banda, fue la de Richard Starkey,
conocido para la posteridad como Ringo Starr. Resulta llamativo que hoy
en día Ringo sea considerado por algunos como el último Beatle de la lista,
cuando en los días de Hamburgo era el flamante batería de la estrella de
Liverpool Rory Storm, con quien como hemos visto compartían cartel en el
Kaiserkeller. Como músico, Ringo era bastante superior a Pete Best, los Beatles
lo sabían y seguramente se habrían hecho con sus servicios inmediatamente de
haber podido, pero curiosidades de la vida, por entonces eran ellos quien no
estaban a la altura de Ringo.
Sin
embargo la banda se había vuelto lo bastante popular como para que a finales de
octubre les concedieran una audición en el Top Ten Club, una sala mejor, con
mejor paga, y una residencia algo más decente, situada sobre el mismo club. El
grupo pasó la prueba y se trasladó al Top Ten, aunque tuvieran contrato en
vigor con Koschmeider. Un error que habrían de pagar caro.
Koschmeider,
quien evidentemente estaba molesto por el incumplimiento del contrato que tenía
con The Beatles, decidió vengarse denunciando a George a las autoridades por
estar trabajando siendo menor de edad y no tener permiso de trabajo ni de
residencia. No tuvo más remedio que abandonar el país.
El sueño
alemán comenzaba a deshacerse. Paul y Pete fueron también deportados acusados
de iniciar un pequeño incendio en el cine Bambi mientras trataban de recoger sus
cosas (semanas después Pete y su madre aun seguían pegados al teléfono tratando
de recuperar equipo del grupo que había quedado en manos de Koschmeider). El
siguiento en marcharse fue John, a quien también le fue retirado el permiso de
trabajo. Por último, incluso Stu hubo de regresar a Liverpool.
The
Beatles regresaron a Inglaterra desilusionados, incrédulos, sin un penique en
los bolsillos, preguntándose si todo habría sido un sueño. Aunque derrotados,
no estaban, sin embargo, vencidos. Habían regresado con más experiencia, más
energía en el escenario, un toque diferenciador al fin y al cabo.
La
estancia en Hamburgo debió parecerles increíblemente lejana cuando se
enfrentaron a la realidad del empobrecido Liverpool. George habría de volver a
su antiguo puesto, si podía, y el padre de Paul insistió en que también buscara
una ocupación, ya que había decidido dejar los estudios. Tras algunas semanas
de reajuste el grupo volvió a los ensayos, y a las actuaciones en vivo.
Regresaron a un lugar familiar, el club Casbah que regentaba la madre de Pete.
Pero fue el 27 de diciembre, en un lugar menos familiar, Litherland (a 8km del
centro de Liverpool) donde les tomaron por un grupo alemán (así les anunciaron
en el programa: Direct from Hamburg. The Beatles!), cuando quizás
sintieron por primera vez que su experiencia alemana había servido para algo
después de todo. Tras unos momentos de contenido asombro, el público estalló
lleno de excitación a un nivel que la banda no había conocido hasta entonces.
Para algunos, quizás para quienes estuvieron allí, aquella fue la noche en que
la “beatlemanía” comenzó a gestarse.
Lo cierto
es que a partir de entonces sus fans en Liverpool y alrededores comenzaron a
crecer en número. No tardaron en ser uno de los grupos más populares del
condado de Merseyside. 16 conciertos en enero y 9 fechas consecutivas en
febrero así lo atestiguan. Fue por esa época cuando les ofrecieron ser el grupo
residente del hoy mítico club The Cavern, con el que su cada vez más nutrido
grupo de fans comenzaron a asociarles. Pero aun así todos estaban decididos a
regresar a Hamburgo. El 25 de febrero George alcanzó por fin la mayoría de
edad, y tras conseguir nuevos permisos de trabajo el 1 de abril The Beatles se
encontraban actuando de nuevo en el Top Ten como si nunca se hubieran ido de
allí.
La
programación en el Top Ten era agotadora, donde tocaban cada noche entre las
siete de la tarde y las dos de la mañana, con descansos de quince minutos cada
hora. Para mantenerse en pie la banda se automedicaba con anfetaminas
(Benzedrina y Preludin, las por entonces famosas prellies); esta
estimulante farmacopea no parece haberse llegado a convertir en algo
recreacional para ellos, era tan sólo una manera de afrontar el día a día sobre
el escenario.
Estéticamente
hablando, su retorno a Hamburgo se caracterizó por la desaparición del peinado
engrasado de Teddy Boy. Astrid, cansada de tanto tupé, convenció a Stu para que
se peinara como algunos de sus amigos, con el flequillo peinado hacia abajo y
las puntas recortadas. A pesar de las burlas iniciales, el resto de la banda
acabaría adoptando aquel nuevo look. El famoso peinado “beatle” o mop-top
había nacido.
También
fue durante su segunda estancia en Alemania que The Beatles realizaron su
grabación más importante hasta la fecha. Anteriormente habían realizado algunas
maquetas y grabaciones caseras, y una sesión en su primera visita a Hamburgo
como grupo de apoyo del bajista de los Hurricanes, en lo que habría de ser su
primera sesión de grabación con Ringo Starr. Pero obviamente ninguna de
aquellas grabaciones había llegado al gran público. En esta ocasión la cosa era
muy distinta; iban a realizar una grabación profesional como grupo de apoyo
para una gran estrella del momento, Tony Sheridan. Entre los estándares
que grabaron se encontraba un tema original de la banda, “Cry for a Shadow”, un
instrumental en la línea de The Shadows, quizás el grupo más popular en
Gran Bretaña por entonces, aunque no parece que los chicos sintieran un gran
respeto por ellos, como puede deducirse del título. Acabadas las sesiones, la
banda recibió 300 marcos y poca popularidad; aparecerían en el álbum como The
Beat Brothers; el extraño juego de palabras que era The Beatles seguía
chocando a muchos.
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The Beatles con Pete Best. |
Poco
tiempo después Stu Sutcliffe anunció que dejaba la banda para proseguir sus
estudios en Hamburgo, donde pensaba residir tras haberse comprometido con
Astrid, con quien llevaba un tiempo saliendo. La banda encajó bien la noticia
(Paul quizás hasta se alegrara, ya que nunca había acabado de congeniar con
él), salvo John, su viejo amigo. Todos sabían que Stu no era el mejor de los
músicos, pero como dice la canción, algo muere en el alma cuando un amigo se
va.
A partir
de entonces The Beatles se transformaron en un cuarteto. Paul pasó a tocar el
bajo, sin mucho entusiasmo. Seguro que hasta pensó que sería algo temporal.
Pero dada la interminable lista de baterías que habían tenido no es de extrañar
que decidieran no arriesgarse a comenzar otra de bajistas.
Tras algo
más de dos meses machándose cada noche en el Top Ten, la banda regresó a
Liverpool con nuevos peinados, nuevas ropas de cuero y nuevos instrumentos:
Paul y John habían adquirido los que serían sus icónicos instrumentos durante
bastante tiempo: el famoso bajo con forma de violín Höfner 500/1 y una guitarra
Rickenbaker del 58 modelo 325. Para celebrar su regreso la banda dio un
concierto junto a Gerry & The Peacemakers, otro de los nuevos grupos
punteros de Liverpool, aunque el cartel tan sólo anunciaba a unos tales The
Beatmakers; durante la actuación los dos grupos se dedicaron a cambiar
instrumentos y formaciones ofreciendo un bolo de lo más desenfadado.
Según
ellos mismos recordarían más tarde, una de las razones por las que empezaron a
causar sensación en Liverpool fue por marcar la diferencia en un momento en que
la mayor parte de las bandas locales trataban de imitar a The Shadows, mientras
que ellos habían desarrollado un estilo más personal, eran más salvajes e
imprevisibles en directo y su nuevo look de cuero negro contrastaba enormemente
con los trajes de la competencia. Y por supuesto sería The Cavern donde
comenzaron a convertirse realmente en un culto para sus fans, que atestaban la
sala cada vez que actuaban allí. Para muchos el jazz, el skiffle e
incluso un grupo tan en auge como The Shadows ya eran el pasado; el futuro
pasaba sin duda por los intrumentos de los Beatles. Había llegado la era de la
música beat, que ya tenía su propio periódico, el Mersey Beat,
donde la banda comenzó a reinar en las encuestas de popularidad por encima de
rivales como Gerry and the Peacemakers o el grupo done militaba Ringo, Rory
Storm and the Hurricanes.
A pesar de
haberse convertido en una celebridad local, de que algunas noches llegaban a
ganar hasta 15 libras, y de tener un periódico rendido a sus pies, las
ambiciones del grupo eran demasiado grandes para no sentirse frustrados. La
industria discográfica británica seguía fabricando estrellas, pero todas ellas
procedían de Londres, o de quienes se
habían afincado en la capital. Fuera de Liverpool el nombre de The Beatles no
parecía decirle nada a nadie. Por ello no es de extrañar que en abril de 1962
la banda decidiera regresar a Hamburgo.
Aquella
tercera visita a la ciudad alemana estuvo marcada sobretodo por tres factores.
Primero, tuvo lugar como parte de un acuerdo para rescindir el contrato que
todavía les unía al productor del disco de Tony Sheridan. Segundo, esa
negociación fue llevada a cabo por quien era ya su nuevo mánager, Brian
Epstein. Y tercero, por el impacto de encontrarse al llegar con la noticia
de la muerte de Stu Sutcliffe, quien tras haber estado sufriendo jaquecas y
desvanecimientos fallecía por una hemorragia cerebral. Fue un golpe duro,
especialmente para Astrid, en cuyos brazos murió Stu, de camino al hospital.
Por supuesto el grupo lamentó su pérdida, especialmente John, pero toda la
vorágine de su carrera musical estaba sucediendo demasiado rápido como para no
seguir adelante con sus vidas. Como resumen de su relación con el grupo y breve
epitafio, sirvan estas palabras de Lennon: «Yo admiraba a Stu. Dependía de él
para decirme la verdad. Stu me decía si algo era bueno y yo le creía. Éramos
terribles con él a veces. Especialmente Paul, siempre metiéndose con él.
Después yo solía aclarar que en verdad no nos desagradaba».
El 31 de
mayo la banda ya se encontraba de regreso en Liverpool. Epstein había estado
moviendo los hilos, buscando audiciones con discográficas. Decca ya les había
dicho que no. Tenían todavía otra opción, Parlophone, una subsidiaria de la todopoderosa
EMI. Allí un productor especializado en trabajar con cómicos buscaba algo nuevo
y rompedor, un buen grupo de rock and roll, género en pleno auge con el que
sabía que podía hacer dinero. Su nombre era George Martin.
The
Beatles aun habrían de regresar a Hamburgo en noviembre y diciembre de aquel
año, pero esa parte de su historia ya tiene más que ver con el grupo de
Liverpool que todos conocemos, con Ringo Starr a la batería, cosechando éxitos
en las listas (“Love Me Do”, su primer single, era publicado en octubre) y
dando comienzo a la Beatlemanía. Pero ésa, amigos, es otra historia...